domingo, 24 de octubre de 2010

EN LOS BRAZOS DEL VIENTO

LLEGANDO

La lluvia no dejaba de caer. El viento frio penetró mi piel haciéndome sentir desnuda a pesar de las pesadas prendas invernales que estaba usando. Después de casi una eterna caminata bajo la helada lluvia, había llegado a la estación de bus lista para ir a casa. No estaba triste, pues había realizado el primer trabajo en meses, y sabía que sería remunerada. Estaba agotada de pelear con el único clima que Curitiba puede ofrecer: las cuatro estaciones en una. ¡Al fin! Llegó el bus. Estaba con la indiferencia a millón, no quería conversar ni escuchar a nadie, entonces ¿por qué no escuchar un poco de música? Con el volumen a toda mecha escuchaba la melodía del rock clásico, y con la gris acuarela que me muestra la ciudad, disfrute el viaje a casa.

Llegué totalmente abatida y rendida, como si de una larga y pírrica batalla hubiera llegado. Apagué el celular, me desnudo, y tomo un infinito baño con agua caliente, de esos que limpian el alma y los pensamientos. Cada gota es una caricia relajante. No quiero salir pues las paredes, heladas cual cristal esperan para darme un escalofriante abrazo. Gracias al vapor caliente, el frio no castigó tan fuerte mi cuerpo, así que rápidamente me vestí y fui a descansar.

Acurrucada bajo gruesos edredones no pude dormir. Tal vez el frio de los pies y las manos no me dejan tranquila. Así que para esperar la llegada del tan deseado Morfeo, enciendo el computador. Quería conversar con alguien en específico. Un gran amigo, con quien ya había intercambiado algunos mensajes. Nos conocíamos desde hace muchísimos años, pero era ahora que nos estábamos conociendo en el sentido personal de la palabra. La curiosidad que sentíamos uno por el otro era tremenda y muy obvia en todos los mensajes que nos intercambiábamos.

Me entristecí al ver que él no estaba conectado, aun así le dejé un mensaje diciéndole que su álbum de fotos ya estaba listo, que podría verlo y disfrutarlo cuando él lo deseara. Al enviar las fotos y luego cerrar el computador, pensé en las fotos que él me había enviado: una en la cual era una hermosa flor naranja…

CERCA DE MI VENTANA

Recordaba muy poco de todo aquello que había acontecido. No sabía si era real o si todo fue producto de mi imaginación. Todo era frio, fuerte e ininterrumpido. Me encontraba íngrima y sola dentro de impenetrables paredes hechas por mi misma para no dejarme quebrar por nada ni por nadie. Pero algo en mi ventana, en particular, me cautivó. Era una figura que alguna vez había sentido y con la cual había tenido contacto. Salí del claustro que me cobijaba pues, así como yo, el también parecía solo.

Me acerqué sigilosamente y le saludé. Sorprendido y algo arisco, pero con una suave sonrisa en su rostro, respondió al saludo. Por un breve instante el silencio gobernó nuestro espacio. Sólo el viento y las flores revoloteaban y cantaban entre nosotros. Hasta que una flor se posó en mi cabello, era de un naranja brillante. Delicadamente él la retiró y me dijo “así te veías cuando te acercaste y me saludaste”.

De repente, aquella sinfonía que la naturaleza nos había regalado paró para darle espació al comienzo de algo fantástico que iba a surgir entre nosotros, sin tener la menor idea lo que iba a suceder o sin, siquiera, haberlo planeado.

Comenzamos a conversar sobre todo: la vida, la alegría, la tristeza, gustos y disgustos, intercambiamos chistes y anécdotas, risas y miradas. Siempre nos encontrábamos en el mismo lugar y a la misma hora. Siempre nos encontrábamos bajo la copa de un esplendoroso árbol, en una alta colina, en donde podíamos ver al infinito y más allá. Siempre. Solos, el y yo. Nuestras conversas se hicieron cada vez más interesantes, largas y personales. Compartíamos experiencias dulces y amargas, sueños y pensamientos. Cada compartir era una terapia. Cada compartir era un viaje a un mundo diferente.

LA CONFESIÓN

A través de metáforas comenzamos a expresar lo cómodo que uno se sentía con el otro, de cómo hubiera sido si nos hubiéramos conocido antes. En uno de nuestros encuentros el cogió mi mano y me invitó a caminar. La conversa fue vaga, pues mientras andábamos el excelso paisaje nos contemplaba, y nosotros a él. Poco después llegamos a un claro, cerca de la laguna, en donde nos sentamos.

Comenzamos a conversar sobre como nuestros sueños nos hacen felices, aun sin haberlos realizado, y como estos nos pueden liberar de la soledad y la melancolía. Hablamos sobre cómo hacer una hermosa poesía sobre cosas pequeñas.

- Me refrescas ¿Sabes? Te pareces al viento. Se engaña aquel que piensa que sólo el viento va y nunca vuelve. Hoy él me invitó a pasear, y me visita desde hace algún tiempo. – Le digo con mirada evasiva pues sus grandes joyas color miel no dejaban de buscarme.

- Como puedes ver eres la flor que estaba buscando. Siempre pasé por esta Riviera y nunca te vi. Pero como capullo te abriste, lentamente, y me has encantado por completo.

Nada más se pudo decir en aquel intenso momento. Tan sólo el hermoso vitral que nos pintó el horizonte anunció que aquel instante nos pertenecía por completo y que, bajo el manto del sublime atardecer, cabe en el breve y dulce espacio de un beso.

Me pregunté a mi misma, esperando que su intuición no leyera mis pensamientos ¿cómo besarlo? Como por arte de magia, sus labios besaron mi mano y me dijo:

- Déjate llevar…

Fue entonces que con las yemas de sus dedos comenzó a recorrer cada milímetro de mi piel, descubriéndola y conociéndola. Mientras me dejaba envolver por completa, mi corazón no sabía qué hacer de tanta emoción. Cerré mis ojos, para sentir cada una de las sensaciones que estaban surgiendo en mí. Entonces, el acercó sus labios a mi oído y comenzó a susurrar:

- Quiero contarte muchas historias, de millones de inviernos, de cuando el fuego del sol estaba naciendo; quiero tenerte a mi lado en las noches bañadas de estrella, cuando las sirenas cantan en el mar. Quiero, contigo, a la orilla del mar caminar y que las gaviotas nos envidien al andar.

- Soy – le respondí – aquella quien, desde hace mucho tiempo, te añora y quiere conocerte. Dame mil besos. ¡No! Dame millones de ellos. Quiero saborearte, tocarte, acariciarte, verte dormir y soñar. Quiero verte reír, y reconfortarte al llorar…

SINTIENDO

El frio matutino congeló los dedos de mis pies, y los tiernos y malolientes besos de Bush terminaron de apagar aquel fantástico sueño en donde sus suaves labios se unieron a los míos en un maravilloso compás. No podía creer que había soñado con él y que todo había sido tan real. No podía creer lo que sentía por él, no estaba segura si el sentiría la misma emoción y necesidad de hablar conmigo. Comencé a elucubrar y a imaginarnos en la tierra del volcán, en donde no nos encuentren ni nos escuchen y sentir nuevamente, como en ese sublime sueño, sus labios acariciaban los míos.

Recordé, esa mañana, que algo especial estaba sucediendo en la vida de él en ese exacto momento. Después de varias practicas, frente al espejo, del discurso que iba a darle al teléfono, e implorando a los dioses telúricos para no dejarme huir, lo llamé. Un repique, dos repiques, tres repiques, cuatro repiques. La fría contestadora atendió a mi llamado. Imposible recordar el mensaje dejado, pues el manojo de nervios en el que me había convertido no era normal. Después de algunos minutos de haber cerrado la llamada, me alegré no sólo por él, pero por la gigantesca hazaña que había realizado segundos atrás.

Nuevamente, un largo día de trabajo. Esta vez no había llovido pero las nubes estaban amenazando desde la mañana com un diluvio. Cansada de todo, llegué a mi casa en donde me esperaba mi fiel y más amado compañero, Bush. Su hiperactiva cola delataba su felicidad de verme después de tantas hora.

Yo quería ver a otra persona. Quería ver a mi príncipe azul. Pero no iba a ser posible, pues él se encontraba al otro lado del Atlántico, al que llaman El Viejo Mundo. Fue entonces que desalentada me lancé en la cama cual niña de 5 años. Bush se acercó buscando el cariño y los mimos de su dueña. Entre caricias y bostezos caigo como una piedra, invitada por Morfeo al mundo de los sueños…

LA FUSIÓN

Sus suaves manos tocaron mi rostro con la ternura del viento a la flor. Abrí mis ojos que se iluminaron con los suyos. Nos leíamos nuestros pensamientos y nuestros sinceros sentimientos. Cual imanes nuestros labios se unieron en un suave y apasionante beso. Sentí en mi boca un hormigueo tan extraño cuanto sabroso. Mis piernas parecían desvanecerse de tanta emoción, y mi corazón abría espacio para latir cada vez más fuerte ante tanta exaltación.

No quería que acabara. Quería que fuera eterno, fusionarnos y convertirnos en uno sólo, como el mar y la arena. Su intuición es maravillosa, pues leyó mi pensamiento, nuevamente, y mi deseo con una exactitud milimétrica y fue, entonces, cuando arropados por el manto estelar nos dejamos llevar por aquel fuego que nos unió. Mientras me besaba con delicadeza y devoción casi religiosa, sus manos recorrían mi cuerpo conquistando cada parte de él.

La naturaleza era la única espectadora y cómplice. Fundidos en totalidad como el fuego y el metal danzábamos juntos en nuestro acto de pasión sublime y extraordinario. El calor que emanaba de nuestros cuerpos era tal, que el viento llegó mágicamente para refrescarnos en nuestro altar. Sus besos y sus caricias despertaron cada parte de mí de forma simultánea; mis poros explotaban de alegría al sentir el roce de su piel. Mis neuronas parecían confundidas con tan novedosas sensaciones…

Después de una noche en donde nuestras emociones contagiaron cada rincón de nuestras almas, el sol nos envuelve para darnos un caluroso buen día. Estábamos desnudos, abrazados y felices. Sus ojos no dejaban de expresar alegría por lo que había sucedido, y porque sabía que nuestros sentimientos era puros y sinceros…

LA SORPRESA

Despierto con el corazón a millón y, nuevamente, con los malolientes pero tiernos besos de Bush. No lo podía creer. Sucedió algo maravilloso, casi tan real como la sangre que corre por mis venas. “Lo sentí. Sentí sus labios apoderándose de los míos. Sublime” me dije a mi misma, con una tonta sonrisa de oreja a oreja. Viendo a mí alrededor, no podía dejar de pensar en él. Miles de ideas revoloteaban en mi cabeza haciéndome sentir emocionada, exaltada, a la expectativa, nerviosa.

Quería decirle lo mucho que lo sentí durante mi fantástico sueño y que quiero sentirlo infinitas veces, pero no en sueños. Esta vez lo quiero de verdad, en carne y hueso; sentir su calor, su olor, su respiración. Quiero sentir, esta vez, su cabello desarreglado, sus juguetonas manos y su penetrante mirada. Ya no quiero soñarlo. Ya no. Deseo sentirlo y contemplarlo. Así, como en mi sueño, lo quiero.

Mientras pensaba en todas las posibilidades que el mundo moderno puede ofrecer tomé una decisión: darle una sorpresa. Aparecer en su ventana así como el apareció en la mía. Quiero zambullirme en una aventura y no regresar de ella, y así darle rienda suelta a todo lo que sentimos y pensamos. Libertarnos uno con el otro en un lugar donde no nos encuentren, donde no nos escuchen. Quiero dejarme llevar por su suave brisa y su voz cariñosa. Porque todos los días lo añoro. Porque deseo conocerlo.

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